Guillén, Arturo (2015) La crisis global en su laberinto, México: Biblioteca Nueva y Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), 285 páginas, ISBN 978-84-16345-80-9

 

Matari Pierre Manigat[1]

 

Recibido: 21 de diciembre de 2015

Aprobado: 28 de marzo de 2016

 

En 1988, Alfredo Eric Calcagno se inspiraba de un cuento de Gabriel García Márquez para describir lo que resultó ser, retrospectivamente, una de las primeras manifestaciones de las contradicciones del régimen de acumulación a dominación financiera (RADF): la crisis de las deudas externas latinoamericanas de los 1980. En La perversa deuda, Calcagno asemejaba los mecanismos de pago de los servicios a la relación que Eréndira, la protagonista del cuento de García Márquez, entretiene con su abuela «desalmada»: la prostitución de la primera por la segunda para recuperar el valor total de la casa quemada accidentalmente… La crisis de la deuda de los países del Tercer Mundo de 1982 abrió las válvulas para un drenaje constante de capital-dinero a los grandes bancos de Wall Street, lo que Yanis Varoufakis (2015) designó recientemente como Minotauro global. La crisis global en su laberinto de Arturo Guillén es también un guiño de ojo a otro título de García Márquez. A imagen y semejanza del general que huye desesperada y vanamente, la crisis global que se encuentra en curso tiene dos grandes características. En primer lugar, es mucho más grave que la Gran Depresión de los ’30, aun cuando «sus efectos en la producción y en el empleo no han sido tan devastadores como los registrados entonces» (Guillén, 2015: 13). En segundo lugar, tras ocho años, no se percibe ninguna salida clara, ni desde el punto de vista de los trabajadores como tampoco desde el punto de vista de los intereses a largo plazo del capital.

En las ciencias económicas y sociales, la crisis marcó el renacimiento de varias corrientes de pensamiento heterodoxo. En particular, aceleró la incorporación de la problemática financiera al análisis de las leyes de acumulación y de sus contradicciones. El estudio de la financiarización –un fenómeno que Guillén define como prevalencia de «un patrón de acumulación en el cual la obtención de ganancias ocurre cada vez más a través de los canales financieros, y no solo a través del comercio y la producción de mercancías» (2015: 215)– era tan arduo que la crítica prácticamente había abandonado el terreno financiero durante el periodo de la posguerra; una era marcada por importantes regulaciones de las actividades financieras y por limitaciones a la movilidad internacional del capital debido a la Guerra Fría. Medio siglo después, Paul Sweezy, el principal crítico de Rudolf Hilferding, el marxista que vislumbraba una tendencia de fusión-dominación entre los bancos y las industrias, reconocía el triunfo del capital financiero (1994). Y es precisamente el concepto de capital monopolista-financiero que orienta la investigación de Arturo Guillén. Acuñado por Sweezy en 1994, el capital monopolista-financiero reagrupa a bancos, a intermediarios financieros y a grupos monopolistas financieros con actividades industriales o comerciales. La historia del capitalismo monopolista-financiero –cuya génesis se sitúa en los Estados Unidos– oscila entre periodos en los cuales «la inversión productiva predomina sobre las operaciones meramente financieras o especulativas [y] otras etapas, como la que vive el capitalismo desde los años ‘80 del siglo pasado, en las que estas predominan» (Guillén, 2015: 191-192). Esto resultó ser de tal suerte que la «financiarización» no es más que un régimen de acumulación específico del capital monopolista-financiero. Para Guillén, ese régimen de acumulación nació directamente como respuesta a la caída de la tasa de ganancia acontecida en los años ‘60.

Tres grandes problemáticas estructuran el libro de Guillén: una explicación del desenvolvimiento de la crisis mundial desde 2007; una propuesta teórica para considerar la dinámica y las contradicciones del capitalista monopolista-financiero; una polémica sobre la evolución de la estructura imperialista del capitalismo mundial.

Las causas profundas de la crisis estriban en las contradicciones que, a partir de finales de la década del ‘60, condujeron a la «gran crisis» de los ‘70. Esta desencadenó un conjunto de reacciones que se materializaron en la reestructuración de las condiciones generales de acumulación, pero sin desembocar en un nuevo modo de regulación. La inflexión en las reglas de distribución del valor creado –perceptible a través de la disminución sistemática de la participación de los salarios en el PIB desde 1980– fue acompañada con la desregulación de las actividades financieras. Esta transformación de las condiciones de valorización de capital y de las reglas de distribución de la plusvalía social son los principales pilares del RADF, noción que Guillén retoma de François Chesnais (1994). La financiarización obedece a una lógica de acumulación impuesta por los sectores sociales que detentan y controlan el capital monopolista-financiero como repuesta a la gran crisis de los ‘70. La «desregulación no fue el resultado, como piensan algunos autores de orientación keynesiana, de fallas gubernamentales en la regulación y supervisión financiera, sino una expresión de los cambios de poder de los principales países capitalistas en favor de esos intereses» (Guillén, 2015: 33). En este sentido, el boom inmobiliario financiado con endeudamiento bajo un esquema Ponzi, la titularización de las hipotecas riesgosas (subprimes) y, finalmente, el derrumbe de su valor en 2008 culminan una larga cadena cuyo estudio permite reconstruir la historia de la financiarización. No obstante, a diferencia de las crisis financieras del pasado, la actual se desenvuelve en un contexto estatal marcado por formas determinadas de intervencionismo heredadas del siglo XX. De ahí la explicación de la marcha de los acontecimientos de la crisis que Guillén considera en tres grandes etapas. La primera, entre agosto de 2007 y septiembre de 2008, corresponde al momento propiamente financiero de la crisis. La segunda, entre septiembre de 2008 y marzo de 2009, es conocida como la Gran Recesión. Finalmente, la tercera fase, entre marzo de 2009 y marzo de 2013, tiene su centro en la Unión Europea. Una cuarta fase, en ciernes, se expresaría en la moderada e incierta recuperación en los Estados Unidos, la prolongación de la recesión en Europa y una extensión de la recesión a segmentos importantes de la periferia. Más allá de las peculiaridades de cada una de estas fases –la borrachera especulativa que acompañó a los subprimes, el carácter desigual de la Gran Recesión así como la estatización de las deudas bancarias europeas, aunado al exacerbamiento de las contradicciones de la Unión Europea– conforman diferentes momentos de un proceso único.

La segunda gran problemática de La crisis global en su laberinto remite a la teoría de la dinámica y de las crisis del capital monopolista-financiero. Guillén retoma la distinción entre «pequeñas» y «grandes» crisis establecida por la escuela francesa de la regulación. Asimismo, discute las interpretaciones teóricas de la actual crisis global. Si bien reactualizan la sacrosanta ley de Say –leitmotiv subyacente a todas las tesis que postulan la autorregulación de los mercados– Guillén no se limita a denunciar el carácter apologético del mainstream. Considera sus argumentos a la luz de los desafíos prácticos que el RADF plantea a la política económica. Es el caso, por ejemplo, de la política monetaria –y especialmente de su sometimiento a las exigencias de los mercados financieros– que Guillén escudriña a través de la práctica y de los argumentos pro domo sua de Alan Greenspan (1998), el presidente de la Reserva Federal estadounidense entre 1987 y 2007. Guillén considera con la misma mirada crítica el unilateralismo de las tesis keynesianas enfocadas, casi exclusivamente, en explicar la crisis como consecuencia de las desregulaciones financieras. Lo mismo vale para los análisis neomarxistas que consideran la tensión entre las condiciones de valorización y las normas de distribución del valor agregado como contradicción principal del capitalismo de hoy. Por ejemplo, John B. Foster y Fred Magdoff (2009) tienen el mérito de mostrar cómo RADF, «al lanzar una ofensiva frontal del capital contra el trabajo, provocó la contracción y/o estancamiento de los salarios reales y el desmantelamiento progresivo de la “sociedad de bienestar”, lo que acentuó la tendencia al estancamiento de la economía» (Guillén, 2015: 190). No obstante, los dos autores, al igual que Sweezy, reproducen la dicotomía entre leyes de producción y la esfera de circulación al privilegiar un enfoque subconsumista de la crisis global.

El análisis positivo de Guillén intenta sobrepasar el unilateralismo de las concepciones heterodoxas. Construye un marco analítico para entender la dinámica y las especificidades de las crisis financieras del capital monopolista-financiero. En virtud del monopolio que ejerce sobre la emisión y circulación de títulos financieros, el capital monopolista-financiero coopta una cuota importante de la plusvalía social. Pero, a diferencia de los nuevos poskeynesianos que han popularizado los trabajos de Hyman Minsky sobre los ciclos de especulación financiera, sin articularlos con una teoría de la acumulación de capital, Guillén estudia simultáneamente los movimientos de la esfera productiva y de la esfera financiera consideradas en su unidad. He aquí la principal apuesta del libro. Como bien dice el autor, consiste en «formular algunas hipótesis iniciales» para ese inmenso campo teórico baldío. Ello conduce Guillén a prestar una atención especial a la categoría de «ganancia de fundador» propuesta por Hilferding en 1910. Asimismo, emprende un debate original entre los desarrollos marxistas sobre el capital financiero y las propuestas de otros heterodoxos que analizaron las finanzas en las condiciones estructurales del capital monopolista (John A. Hobson y Thorstein Veblen). Guillén articula exitosamente el estudio de la financiarización con el análisis de la reproducción del capital social. Su análisis de la génesis de la financiarización va más lejos que otras explicaciones enfocadas en una modificación de alianzas sociales entre trabajadores, accionistas y managers (Duménil y Levy, 2011).

En cuanto a las crisis, Guillén recupera la noción de deuda-deflación propuesta por Irving Fischer (1933) durante la Gran Depresión para explicar ciertos aspectos de la crisis actual, aun cuando la marcha de aquella Gran Recesión contrasta con la de la Gran Depresión. Es que la deuda-deflación contemporánea conlleva características que derivan, doblemente, de la peculiaridad de los actuales sistemas financieros así como de las formas de intervención estatal heredadas de la posguerra. En primer lugar, la deuda-deflación de hoy acaece en sistemas financieros dominados por bolsas de valores. En segundo lugar, se trata de una deflación contrariada. En efecto, la espiral deflacionista es contenida mediante una serie de medidas estatales –monetarias y fiscales– heredadas de la segunda mitad del siglo XX.

La tercera problemática remite a la estructura imperialista del capitalismo mundial y, más exactamente, a la discusión sobre la hegemonía de los Estados Unidos. Guillén critica las diferentes versiones –tanto conservadoras (Brzezinski, 1997; Huntington, 1999; Kagan, 2012) como radicales (Panitch y Gindin, 2012)– que niegan toda declinación de la supremacía estadounidense. Para Guillén, los síntomas de ese retroceso no radican solamente en las evoluciones negativas de la participación de Estados Unidos en la producción, en el comercio y en las inversiones mundiales. La mismísima financiarización constituye, según el autor, otro síntoma inequívoco de ese declive. Apoyándose en Braudel y Arrighi, Guillén considera que la financiarización contemporánea «está enmarcada en el proceso de declinación de la hegemonía estadounidense que se manifiesta, precisamente, con la irrupción de la “gran crisis” de finales de los ‘60. Si esto es así, la financiarización actual no solo sería una reacción objetiva frente a la caída de la tasa de ganancia acontecida en los ‘60 sino también un proyecto del capital monopolista-financiero y del Estado de EEUU para contener su declinación mediante el empleo de su hegemonía monetaria y financiera» (2015: 213).

En suma, La crisis global en su laberinto cumplirá las expectativas y estimulará la reflexión del lector –académico, pero también del neófito paciente– en busca de un uso fecundo del concepto de capital monopolista-financiero para analizar la dinámica y las contradicciones del capitalismo de hoy. Bajo este respecto, Guillén rompe con el fetichismo de las finanzas que anima a la mayoría de la literatura crítica sobre el neoliberalismo en general y la crisis en particular. Esta ruptura abre la vía para una profundización del análisis marxista del proceso de acumulación entendido como unidad de la producción y de la circulación. Empero, el ejercicio no está exento de escollos. En efecto, el análisis de los aportes de autores heterodoxos como Hobson, Veblen o Hilferding no desemboca en la formulación de una síntesis teórica que integre esos aportes a una explicación del movimiento del capital ficticio; categoría que Marx retoma de Ricardo y Sismondi y que nace directamente del uso de los modernos instrumentos de crédito. A nuestro juicio, esta omisión se explica porque Guillén no aborda la espinosa, aunque decisiva, problemática de una teoría monetaria y del crédito. Finalmente, Guillén lleva a cabo la discusión sobre la estructura imperialista del capitalismo de hoy a un nivel de análisis más geopolítico que geoeconómico. Si permite poner de relieve diversas implicaciones del debate, impide ahondar otras dimensiones importantes de la problemática de la hegemonía estadounidense; es el caso, por ejemplo, de la explicación de los fundamentos y de los mecanismos de reproducción del actual «semi patrón dólar» (Aglietta y Coudert, 2014). Con todo, La crisis en su laberinto de Arturo Guillén es un libro testigo de las enormes potencialidades del concepto de capital monopolista-financiero así como de las tensiones entre ese concepto y las urgencias de nuestros tiempos.

 

Bibliografía

Aglietta M. y Coudert V. (2014). Le dollar et le système monetaire international. Paris: La decouverte.

Brzezinski, Z. (1997). The grand chessboard. New York: Basic Books.

Calcagno, A. E. (1988). La perversa deuda. Buenos Aires: Legasa.

Chesnais, F. (1994). La mondialisation du capital. Paris: Syros.

De Bernis, G. (1988). El capitalismo contemporáneo. México: Nuestro tiempo.

Duménil, G. y Levy, D. (2011). The crisis of neoliberalism. Cambridge: Harvard University Press.

Foster, J. B. y Magdoff, F. (2009). La gran crisis financiera. Causas y consecuencias. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Greenspan, A. (2008). La era de las turbulencias. Aventuras de un nuevo mundo. Barcelona: Ediciones B.

Guillén, A. (2015). La crisis global en su laberinto. México: Biblioteca Nueva y Universidad Autónoma Metropolitana.

Hilferding, R. (1971). El capital financiero. La Habana: Instituto Cubano del libro.

Huntington, S. (1999). «The lonely power». Foreign Affairs, New York: Council of Foreign Relations, v. 78, n.° 2, marzo-abril.

Kagan, R. (2012). «Not fade away». New Republic, 11 de enero.

Panitch, L. y Gindin, S. (2010). The making of global capitalism. Londres: Verso.

Perroux, F. (1990) L’Europe sans rivages. Grenoble: PUG.

Sweezy, P. (1942). Teoría del desarrollo capitalista. México: Fondo de Cultura Económica.

Sweezy, P. (1994). «The triumph of financial capital». Monthly Review, v. 46, n.º 2, june.

Varoufakis, Y. (2015). El minotauro global. Madrid: Debolsillo.

Veblen, T. (1919). The Theory of Business Enterprise. New York: Charles Scribner’s Sons.



[1] Economista, Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).